junio 19, 2010

Nacido del amor





I
-¡Déjenme besarlo! ¡Déjenme, antes de que se lo lleven!
Los policías apartaban al muchacho intentando no ser demasiado bruscos pero sin intensión alguna de ceder terreno mientras toda la gente que se había juntado y lo miraban, juzgándolo o compadeciéndose.
Sin duda era un personaje extraño en una circunstancia aún más extraña. Una gabardina de piel café, gruesas gafas y una enorme piedra roja fundida en un anillo coronaban su ya de por si poco común apariencia. Era alto, sobresalía varios centímetros de la turba de curiosos y apasionados, su larga y rubia melena se agitaba mientras insistía en luchar contra los uniformados. Sus lágrimas contagiaron a muchos otros que también comenzaron a llorar, tal vez sin saber porqué.
Patadas de desesperación incitaron murmullos y uno que otro grito que increpaba a los guardias para que lo soltaran. Por un momento la tensión llegó al límite entre los asistentes y varias personas estuvieron a punto de comenzar una trifulca alegando abuso de autoridad y falta de sensibilidad. Al final de cuentas ese muchacho bañado en lágrimas y dolor solamente pedía un beso de despedida.

II
Traté de no hacer caso a los comentarios terribles que la gente vomita todo el tiempo, sin saber siquiera porqué salen de su boca. Siempre que los compañeros de la escuela o cualquiera se refería a los putos, la verdad es que sentía como un golpe en el pecho aunque siempre fue mi tarea el no dejar que eso me sacara de mis casillas. Alguna que otra vez me enfrasqué en discusiones inútiles sobre el tema con individuos que hacían alarde de su grandísima intolerancia. Con el tiempo entendí, igual que mis padres, que eso era una pérdida de tiempo, ellos se reían cada vez que yo llegaba encabronado a la casa a contarles que algún norteño cualquiera había despotricado en contra de los "jotitos".
No me parecía a mis padres en absoluto, yo no era tan inteligente, no sentí nunca esa pasión arrebatadora por nada en la vida, no sé escribir ni una carta de amor, mi piel es blanca, mi cabello rubio y por si fuera poco no me gustan los hombres. No sé lo que se siente que tu amor esté prohibido y tener que esconderme para poder besarlo con pasión. Nunca sabré lo que se siente declarar al público que te gusta tu mismo sexo y tener que defenderme ante las agresiones de todo un país.
Mi vida fue mucho más sencilla que la de mis padres que decidieron casarse haciendo uso de las nuevas leyes que ahora se lo permitían, igual que las usaron para pedir a la cigüeña que les diera un hijo, aunque fuera güero.
No invitaron a la prensa ni a sus amigos. Solos se prometieron amor eterno frente a un juez que en palabras de mi padre Salvador "era medio pendejo". Siempre que recordaban el día de su boda mis padres se cagaban de la risa y hacían comentarios irónicos sobre la ley, la sociedad, y la sexualidad de la secretaria tartamuda de la delegación, que le pidió un autógrafo a mi padre el día de su boda.

-Hay señor Monsivais, ¿me dá su autógrafo? No tenía idea que usted era "de los otros". Fíjese que yo soñaba con pedirle que fuera usted mi novio.

III
Después de aporrear las rejas de la funeraria y gritar durante un buen rato, el joven había logrado captar la atención de varios reporteros que videogrababan a la distancia sus aspavientos, mientras que algunos más intrépidos se acercaban a preguntarle sobre su proceder. El joven los ignoró a todos con un desdén casi ofensivo.
Fue hasta que se acercó a la reja el gerente del lugar que las cosas cobraron un poco de sentido. Forzado por las preguntas del empleado y de algunos policías metiches, el joven tuvo que aceptar frente a todos, que era el hijo adoptivo de Carlos Monsivais y que deseaba despedirse de su padre, al que no había visto en muchos años.
Primero risas nerviosas, luego una incredulidad prematura y al final un forzado permiso para que el joven Oscar Monsivais Novo pudiera, con credencial de elector en mano, entrar a la sala donde se velaba a su padre.

IV
Salvador Novo, mi padre, era en realidad muy diferente a lo que todos lograron ver. Claro que era un ser lleno de dolor y por lo tanto se había fabricado una coraza de ironía y mala leche, pero conmigo era dulce y apapachador. Carlos siempre fue un hombre alegremente extraño, soñaba que volaba y al despertar lo hacía durante media hora antes de desayunar. Mi infancia fue maravillosa y llena de amor.
No quiero hablar de los motivos que nos llevaron a la separación, pero cuando Salvador murió, la relación se deterioró mucho y a pesar de mi corta edad, decidí alejarme de mi hogar y ver por la televisión como mi padre se hacía cada vez más famoso y por supuesto, más viejo.
Ellos dos narraron mi historia junto con todas las otras historias de esta ciudad y de esta vida corrosiva, escribieron en mí todo lo que no podían contarle a los intelectuales trasnochados ni a los fanáticos reciclados de las 3 generaciones que los leyeron.

V
Oscar besa el cristal que cubre al ataúd de su padre ante la mirada atónita de los presentes, casi todos burócratas de la cultura y uno que otro escritor que nunca leyó los libros de su padre.

VI
Por fin están juntos mis padres. Ya algún día los volveré a ver y montaré de nuevo la bicicleta que Salvador correteaba torpemente por el parque, me sentaré a ver los conciertos de Marilin Manson con Carlos en el sillón de la sala y los besaré antes de ir a dormir soñando los delirios de esta ciudad que fue su juguete favorito.
Mi padre se murió y mi padre también. Que en paz descansen.