julio 09, 2010

Fortuna

Detrás de las arrugas y las cataratas había una mirada llena de sabiduría que se posaba ahora en el rostro limpio, perfecto y casi infantil de la joven aprendiz. Habían saciado su apetito con los mejores tallarines de la lejana provincia y ahora degustaban un maravilloso té de los místicos plantíos orientales.
La gorda dueña del restaurante se aproximó para obsequiarles un par de galletas de la fortuna: Llega una edad en la que un hombre sólo puede darle dos cosas a una mujer: asco y dinero, leyó con trabajo el viejo maestro, mientras llegaba al entendimiento de que esto, nada tenía que ver con la ancestral sabiduría china y era una absoluta tontería.
La joven aprendiz, se despidió para regresar a su trabajo y dejó algunos dólares sobre la mesa, quedando solo el viejo maestro en aquel lugar, con una galleta rota y una fortuna escrita. Tomó el sabio los pedazos de harina endulzada y los guardó en la bolsa del pantalón para después llevarse el pequeño papel a la boca y degustarlo.