septiembre 20, 2010
Regresé
Regresé después de algún tiempo a tus brazos amada mía, fui hoy a buscarme entre tu aliento amotinado y los torrentes calurosos que te recorren todo el tiempo.
Llegué ajeno a ti, otra vez como un extraño. Sorprendido me extravié mirándote a detalle y reconociendo tu rostro cambiante e inescrutable.
No estaba enterado de lo mucho que extrañaba tu perfume y tus colores llenos de la vida diaria.
Caminé por entre tus venas siguiendo el ritmo: corazón acelerado y marea que viene y va. Tus gritos eufóricos enunciados en mil bocas me fueron guiando desde la expectación hasta el placer profundo.
No estaba enterado tampoco de lo mucho que me esperaste, igual a lo tanto que extrañé tu cuerpo recibiéndome en su interior. Simplemente no sabía lo que existe entre nosotros, eso que supera toda dicha conocida o razón enunciada.
Me sentí perdido y ahora estoy cierto de que nunca más me encontraré si no es gracias a ti y contigo. Te huelo, te toco, te siento. Amo todo lo tuyo e incluso me entusiasma tu parte oscura y peligrosa.
Regresé a ti, Mercado de la Merced, compré mi vida en unas bolsas y encontré un destino desfilando entre los otros que se buscan dentro de ti.
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septiembre 10, 2010
Trastorno sensorial
Desperté en una cama que no era la mía, me encontraba mirando un techo con esa textura de tirol que tanto odio porque me recuerda a la colación que ponían en las piñatas. Todo apuntaba a que sería otro día terrible lleno de paredes rasposas y caramelos duros.
Medité unos segundos sobre cómo frunciría el ceño durante las siguientes 16 horas e hice meditación sobre la actitud que tomaría para con quien sea que fuera el o la dueña de la cama en la que estaba. Me debatía entre no decir nada o decir cosas con toda la mala leche de la que soy capaz. Si, sería un muy mal día.
Respiré profundamente calculando la fuerza necesaria para quitarme las cobijas de encima con un movimiento brusco que advertiría de mi mal humor a mi desconocido anfitrión pero justo en ese instante algo sucedió. Seguía recostado en la cama, tapado hasta el cuello con la sobrecama de algodón y, lejos de encontrarme resentido con la vida, en mi rostro se dibujaba una incomprensible sonrisa. Sonreía frente al tirol.
Me costó varios minutos darme cuenta de la realidad. A pesar de que todas mis fuerzas estaban enfocadas a la sola idea de sufrir y hacer sufrir a los demás, mi cuerpo no me obedecía. Torrentes de endorfina recorrían mi ser y provocaban que, a pesar del terrible odio que sentía por la colación y sus referentes arquitectónicos, dentro de mí se gestara una cálida sensación de felicidad que lo cubría todo. La química de mi cuerpo me había traicionado y el estímulo que lo provocó se acentuaba con más fuerza alrededor de mi nariz.
¡Era ese olor! ¡Olor a pan tostado!
Entraron voladoras por mis orificios nasales esas minúsculas partículas paníferas inundando mi voluntad y fortaleza, acabando con toda sensación dolorosa e irritante. Era el olor de la mantequilla prisionera entre el bolillo y la placa metálica caliente. Grasa derritiéndose, chillando de placer al volverse una con la masa, penetrando los poros del pan.
Llegué a la cocina buscando el epicentro del aroma tan sólo para encontrarme con una nota bastante unisex que me indicaba, con varias faltas de ortografía y barbarismos, que me largara de esa casa a la brevedad posible. Además de que me fue imposible atribuir su autoría, me consternó sobremanera no encontrar ningún indicio del olor que lejos de desvanecerse, incrementaba. Sonreí sin quererlo, comenzaba a alarmarme el efecto que el pan tostado ejerce sobre mi estado de ánimo.
Salí convencido de que el aroma debía provenir de algún departamento vecino e intenté despotricar en monólogo sobre la pésima planeación en los ductos de ventilación del edificio, pero ese tremendo olor no me permitió más que un ligero levantamiento de hombros y un: "¡En fin!", seguido de un alarmante "Buenos Días", que no entiendo cómo ni porqué, le deseé a cierto viejito malacara que me miraba como si fuera el dueño del pasillo o del edificio entero.
Alarmante se volvió la situación cuando, gracias al olor que nuevamente se apoderó de mí, me encontré paralizado a la mitad del afamado Eje Central a la altura de República del Salvador. El bolillo tostado a la plancha con mantequilla se apoderó de mí nuevamente. No daba crédito, era imposible que ese olor llegará hasta mi nariz en una avenida repleta de dióxido de carbono y gases de alcantarilla. Busqué con la mirada una posible fuente, incluso llegué a pensar que la fragancia provenía de una tienda de perfumes ubicada en la acera de enfrente, pero nada pudo explicar lo que me sucedía.
Conforme transcurrió el día me di cuenta de que este olor me acompañaría indefinidamente. Percibí el pan a la mitad de la clase de tenis, mientras paseaba a Gudulup (mi perro), cuando peleaba por teléfono con algún burócrata, en la cola de las tortillas y sobretodo me invadió la mantequilla derretida cuando me acerqué a olfatear el tubo de oleo con el que el artista pintaba mi retrato. Como un verdadero imbecil sonreí todo el tiempo, fui amable y comprensivo. ¡Qué maldición!
Nunca entenderé porqué me persigue el olor a pan tostado y mucho menos el porqué me hace mejor ser humano. Lo único que se me ocurre creer es que todo forma parte de un plan que la vida tiene para mí.
Sueño con despertar en una cama mirando un maravilloso techo liso, saturado de ese mismo olor a bolillo tostado con mantequilla que viene de una cocina a la que me dirijo; sueño con encontrar a mis hijos sentados en la barra, sonriéndome mientras muerden su pan. Sueño contigo mujer, que me besas frente a la estufa y hueles a pan tostado y a pijamas lindas.
No encuentro otra explicación. Tarde o temprano ese pan que ahora me hace delirar terminará llevándome, con la misma sonrisa estúpida, hasta el sillón frente al televisor. Y me llenaré de migajas mientras desaparece la esencia del pan y la sala se impregna del olor que viene de la cabellera china de mi morenita chula. Pan con azúcar en una mañana de sol con mi familia, pan con chocolate y caricaturas japonesas, pan con mermelada y un poco de amor, como dice la canción.
Sonrío como idiota, huele a pan.
NOTA BENE:
Creo que odio la colación por pura envidia. Siempre quise ser una persona dulce pero al mismo tiempo duro e inquebrantable. Desde niño he deseado ser accesible, popular y sobre todas las cosas he anhelado la idea de salir de la oscuridad para volar por los aires y llegar a los brazos de alguien que me espera con ansia sin igual -trayecto de la colación desde el interior de la piñata hasta las manos del niño-.
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