noviembre 21, 2009

Quentin, Brad, Melanie y yo

Paciencia, mucha paciencia.
Un día pasa, luego una semana, regresan algunos del cine y se ríen de mí.Vienen y van comentarios.

Estóico los soporto, nunca me a importado lo que piensen de Tarantino y mucho menos de sus películas. Paciencia, sólo unos cuantos días más, espera el momento indicado. Relájate, mira Pulp Fiction antes de dormir. Cuando suba la ansiedad puedes poner el soundtrack de Jackye Brown o repasar en tu mente algunas secuencias de Kill Bill, lo puedes controlar.

Después de 57 días de agonía y contención, por fin sucedió. Hoy a las 11:15 de la mañana entré solitario a la sala 9 del cinemex WTC para ver Inglorous Bastards.

Durante semanas calculé el ir y venir de los cinéfilos, de los villamelones y sobretodo de los otros amantes de Quentin que seguramente, pensarían lo mismo que yo y esperarían el momento indicado para ver el filme. ¡Los vi pasar a todos! Desde los eyaculadores precoses que hicieron largas filas el día del estreno hasta los despistados que se fueron a enterar a la segunda semana.

Desfilaron en mi mente las viejitas que no entendían qué pasaba en la pantalla y abandonaban la sala, también los pubertos escandalosos con deficit y carencia de atención que abarrotan todas las salas para ver lo que sea. En mis peores sueños sentí las patadas que un gordo de mediana edad y enormes lentes propinaba al respaldo de mi asiento y miles o tal vez millones de palomitas fueron masticadas junto a mi oreja por todos los que sólo van a comer al cine. El séptimo infierno en las primeras dos semanas y luego el purgatorio en las siguientes tres.

Pero no, nada de eso me sucedió en esta oportunidad, gracias al cálculo matemático y la constante actalización en lo que a taquillas y estrenos respecta. El primer día de la séptima semana, temprano, antes de que la ciudad despierte de su terrible cruda, lo más temprano posible. Así fue como los vencí, así fue que entré a la pequeña sala vacía, absolutamente vacía.

Con las manos sudorosas miré calmado los 20 minutos de comerciales y cortos, espectante a cualquier sonido o variación de la luz que indicara la presencia de otro ser humano, si así se les puede llamar. No sucedió, comenzó la película y me olvidé por fin de los demás, en la sala solamente Quentin, Brad, Mélanie y yo.

El inicio de la película fue sublime, descubrir al antagonista, verlo actuar de cerca, llenarse de terror. Luego conocer a Aldo y sus bastardos, risas francas. Hitler aparece después y la guerra y la muerte y la vida. La gente no lo sabrá nunca, pero Quentin susurra a mi oido la verdadera escencia de sus largos planosecuencias y la capitulación de su obra.

Brad me mira inquieto, sostiene una antigua lata de resfresco a la que da pequeños sorbos, presta atención a la pantalla y regresa a mí. Mélanie repentinamente se levanta de su asiento y se aproxima decidida; con un rápido giro se deja caer en el lugar vacío que había entre Quentin y yo. Sonríe y cuchichea con él, entre la oscuridad puedo ver sus enormes dientes reflejando la luz de la pantalla.

Déjenme ver la película, pienso para mis adentros, estos cabrones como ya se la saben, pues les vale madres. Los disparos de una escena captan nuestra atención y por un momento quedamos absortos por la belleza del color rojo cuando salpica las paredes y el piso. La emoción me desborda, mi respiración se vuelve profunda y mi postura delata el tremendo nerviosismo en el que me encuentro.

No puedo identificar el momento preciso, sólo sé que cuando mi cabeza giró dejando la película por un instante me percaté de que Quentin y Melanie se besaban apasionados ocupando ahora tres asientos, me sentí como en un sueño, era algo irreal, casi como si fuera producto de una imaginación enferma. Tampoco supe nunca en qué momento Brad dejó su asiento para acomodarse justo detrás de mí.

Miraba como la mano de Quentin acariciaba los senos de la francesa cuando sentí las manos de Brad en mis hombros, firmes y contundentes comenzaron a masajear primero el cuello y después la cabeza. El espectáculo era abrumador, Quentin Tarantino torcía los pezones de Mélanie Laurent frente a mis ojos mientras Brad Pitt acariciaba mi cuello. Senti miedo y una exitación diferente a todas las que en mi vida había sentido.

No soporté más y armándome de valor levanté mi cara buscando su rostro. Ya me esperaba, desde siempre me esperaba. Nos fundimos en un profundo beso que duró una eternidad. Mientras brincaba la fila de butacas alcancé a susurrar a su oido las únicas palabras que podía decir: "Esperé tanto este momento, ahora ya estas con nosotros" y miré de reojo a Quentin. Sé que me entendió.

Antes de que me diera cuenta mi mano ya tocaba la pierna desnuda de Melanie mientras sentía los roces de una ligera barba rubia en el pecho y luego en la entrepierna. Sólo fue un instante y al mismo tiempo duró una vida entera. Nos entrelazamos practicando diferentes formas de placer nos besamos todos, nos olimos, nos probamos.

Entre los rayos de luz, la acción y los diálogos maravillosos llevamos nuestra orgía al límite, sentía el sabor a refresco de la boca de Brad mientras penetraba a Melanie con una furia desmedida. Quentin y yo, que no era la primera vez que nos veíamos en situaciones como esta, nos acariciábamos ya con ternura y sabiduría.

Jamás pensé que gente como ellos pudieran ser tan apasionados y complacientes, tengo todavía el sabor de su semen en la boca y recuerdo claramente el gesto de dolor al ser penetrado y la increible pericia de su boca al practicar el sexo oral. Nunca mi corazón había latido tantas veces, tan fuerte y tan profundo.

Melanie: tu olor exquisito me acompaña todavía.
Quentin: mi viejo amigo, entiendo un poco más de tu genio y tu pasión.
Brad: Bienvenido a casa, te esperé toda mi vida.

1 comentario:

MemoFHS dijo...

... Sin palabras...

Déjame lo termino de digerir.