¿Alguna vez han asistido a un concierto de la filarmónica justo después de atragantarse en un bufete de comida china?
El resultado de hacer lo anterior es que te da mucho sueño.
Antes de entrar, estuvimos haciendo la digestión sentados en las escaleras de entrada a la Ollín, fumando, tomando coca y comiendo chocolates (bueno, yo nadamás, él se comió unos cacahuates), entramos a la sala diez minutos antes de las seis y Alex se quiso sentar hasta adelante, segunda fila. Quería ver las manos del pianista de cerca.
Todo iba muy bien, las llamadas, los aplausos, la música... Todo hasta que el sueño comenzó a acecharme, lo sentí avanzar desde la boca del estómago, subiendo lentamente por mi pecho, ralentizando mi respiración, abriendo mi boca, relajando los músculos del cuello, cerrando mis ojos lenta e inadvertidamente.
Por ahí del segundo movimiento del primer concierto, osea veinte minutos después, el sopor ya era insoportable... Cabeceaba de lado a lado sin poder evitarlo y me llenaba de vergüenza al pensar que los que estaba sentados atrás se reirían de mi pobre cultura musical. Que por otra parte si cierto que es bien pobre.
No podía hacer nada, me concentraba, me estiraba, abría los ojos, me acomodaba en el asiento y nada, cuando me daba cuenta otra vez estaba despertando a la mitad de un arpegio o entre pausa y pausa. ¿Qué pensaría mi sobrino? ¿Se desilusionaría de mí? Y la gente, ¿qué dirán los asiduos a la música clásica? Por un momento imaginé (o soñé) que me sacaban a patadas por deshonrar la memoria de Brahams, roncando entre el segundo y el tercer movimiento de su concierto para piano y orquesta No 1 en re menor, Op. 15.
Fue entonces cuando sucedió lo inesperado: Casi al final del Adagio, la última violinista sentada en la fila de los "primeros violines" comenzó a toser ligera pero constante mente sin poder detenerse. Dejó de tocar y comenzó a cubrirse la boca no por un sentido de salubridad pública sino tratando de acallar el sonido agudo y penetrante de su garganta descompuesta.
Valeri Nepomniaschi violinista contratada por el Gobierno del Distrito Federal para tocar en la Orquesta Filarmónica de la entidad, que además es homónima de una jugadora de fútbol de la selección rusa, tosía y se ponía cada vez más roja sin poder detenerse. Las miradas del público se centraron en ella, después las de sus compañeros y por último la del director que justo en ese momento conducía a los músicos por entre las notas más plácidas y calmadas de todo el concierto. Todos pianissimo y la rusa increchendo.
Vaya momento de tensión, de verdad la mujer no podía respirar y los idiotas a su alrededor seguían tocando sin hacer nada. En cualquier momento el director se detendría para pedir ayuda, o tal vez alguien del público subiría a golpearle la espalda.
Y nada, se le quitó la tos y de inmediato volvió a tocar, enrojecida, casi morada.
Lo que pudo ser una noticia internacional que coronara los encabezados de los diarios Rusos, terminó en la cosa más trivial del mundo, que seguramente fue motivo de una pequeña charla de 5 minutos en los camerinos y hasta ahí.
Pero para mí fue diferente, lo que le pasó a la señorita Nepomniaschi, para mí fue la prueba de que la tensión dramática funciona en todos los casos. No volví a cabecear en lo que restó del concierto de Brahms y todavía nos chutamos otro enterito de Schumann.
Ritmo cardiaco ligeramente acelerado, adrenalina en el torrente sanguíneo, sentidos alertas, actividad neuronal intensa, respiración acelerada, mejor oxigenación. Todo eso en unos instantes d tensión.
3 comentarios:
Jejeje, pobre mujer, qué gran crónica.
Saludos
Todos pianissimo y la rusa increchendo. eso me gustó muuucho amigo
Mira, la verdad es que es la primera vez que me doy cuenta que tienes un blog, Ranfla from hell... así que me daré el tiempo un poco no tanto de leer cuantimamada eres capáz de escribir!
Jajaja.
Beso.
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