Ella jugaba con un niño, que parecía ser su hijo. Todavía no estoy seguro de que fuera suyo porque en realidad los rasgos no eran tan parecidos. Tal vez era el hijo de Gaby. Lo que realmente me hizo sospechar de su maternidad fue la sonrisa estúpida que ponen todas las mamás cuando ven a su hijo haciendo cualquier cosa que represente un mínimo de esfuerzo o inteligencia.
Pues bueno, su sonrisa era tan grande, tan continua y tan estúpida que los curlos negros se metían entre las comisuras y alcanzaban a penetrar entre los dientes por varios minutos, ahí, remojándose sin ser removidos.
Pateaban el balón de un lado a otro de lo que parecía ser un pequeño parque en alguna ciudad que con seguridad puedo decir, no era mexicana. Yo, sentado en el suelo contra una pared los miraba mientras en mi estómago crecía el vacío y en mi cabeza relampagueaban los recuerdos mezclados con los deseos y la frustración.
Después de un rato el juego se detuvo y no sé ni cómo ni cuándo ella se aproximó. Yo miraba desde el suelo su silueta siempre perfecta que se magnificaba por el efecto "contrapicada" y seguramente lo que ella veía, era un Víctor chiquito, disminuido por el efecto "picada". No recuerdo exactamente las palabras, pero la sensación era la de estarle rogando. Yo imploraba, argumentaba, explicaba y pedía; ella negaba.
En algún momento, la compación más que el deseo la llevaron a abrazarme: agachó todo su tronco casi sin doblar las rodillas hasta que su cabeza estuvo junto a la mía. Extrañé su flexibilidad y su cuerpo de bailarina. Sentí su calor por un instante al mismo tiempo que su lástima y me aferré a ese instante tratando de mantenerla en esa posición para siempre.
Entonces entró en escena Steve Buscemi, quien se acercó a nosotros justo cuando ella se alejaba.
- ¿Está todo bien?
Ella se volteó y susurró algunas palabras que no alcancé a comprender. Lo que si entendí fue todo lo demás: ella actriz, Inglaterra, él actor, niño con rasgos extraños.
- Está muy feo. -pensé-
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